El tío Víctor de esos tíos que a uno siempre le hubiera gustado tener. Y yo lo tuve.
Nosotros le decíamos así pero su nombre era Victorio. Los abuelos le habían llamado así por no se qué rey de Italia, pero a él más le gustaba Víctor.
Era un bonachón de unos sesenta y pico. Era quien en la infancia te despeinaba, te pegaba en la nuca cuando metías los fideos con salsa en la boca, te rascaba el hombro y cuando mirabas, te sacudía la nariz de un dedazo.
Era el tierno que cada 24 de diciembre se refugiaba en la cocina de la abuela para ayudar en lo que pudiera. Su trabajo lo permitía porque la Municipalidad de su ciudad le daba el día libre cada Nochebuena. Entonces, él, ni lerdo ni perezoso se iba a lo de los abuelos para dar una mano y tratar que la cena fuera lo más agradable, tranquila y sabrosa posible. No quería que faltara nada, tanto en la mesa como en los corazones, especialmente en los nuestros, sus sobrinos.
El tío Víctor... pucha, cada vez que lo recuerdo. Se había quedado viudo muy joven y no se había enganchado con nadie, como le decía la tía Teresa que debería hacer.
-Un hombre no puede estar tan solo, Vittorio. Tenés que intentar de nuevo...
-No Tere, dejame así que soy feliz igual, con todo y con todos...
Le gustaba el fútbol. Digamos que era un enfermo de la pelotita. Jugaba con sus viejos amigos en el Pampero, ese querido club de la calle 2 de Mayo. Nadie conocía mejor que él las mañas de este deporte. Era fana de la academia. Su misión con la familia era que cada sobrino fuera de su Racing querido. Le costaba explicarnos logros y triunfos, sobretodo porque el club no atravesaba tiempos de bonanza como otros clubes pero él te convencía igual. Su carisma, su cariño, vaya a saber que era...
Era el hermano de mamá y quien se encargaba de dividir las tareas de la cena y el almuerzo. A unos la salsa para la pasta del 25, a otros los pan dulces, turrones y nueces, a otros el postre y así. Eso sí, él se encargaba de hacer el lechón en la parrilla del fondo de la casa. Nadie le discutía su función y acataban las órdenes. Ahora, viéndolo a la distancia y haciendo memoria gastronómica, no creo haber digerido en mi vida lechón como el del tío Víctor.
Las risas y las buenas ondas siempre se las debíamos al tío. No faltaba alguna cara cúlica que intentaba las reyertas propias de una cena navideña. El tío siempre encontraba la fórmula para cambiarla.
Pero, sobretodo, el tipo siempre se las ingeniaba para que la última navidad fuera la mejor que pasáramos.
El tío no tuvo hijos y ese amor contenido siempre lo descargó con los demás. Un hijo siempre arranca todo lo bueno que tenés escondido en el corazón y como él tenía mucho para dar, su fuente parecía inagotable.
Creo que ya les conté algunas de las bromas de las que éramos víctimas, pero también nos llevaba, a los varones, al fondo, cerca de la parrilla, a enseñarnos a patear con las dos piernas. Increíble pero no recuerdo quien me haya enseñado a pegarle con la izquierda tan bien como él.
Pero su broche de oro de la noche era siempre el mismo. A eso de las once y media, a poquito tiempo que se produjera el milagro del nacimiento, desaparecía.
Como cenábamos en el patio, cuando se acercaban las doce la rutina era la siempre esperada: las luces se apagaban, las copas se escuchaban tintinear unas con otras y comenzaba una luz de fuego artificial a iluminar la noche. Por la escalera aparecía, gordo, con barba blanca y una bolsa inmensa.
Sin emitir palabra, la abría y sacaba paquetes que la tía Rosario cuidadosamente tomaba y entregaba al afortunado.
Esto, desde que tengo uso de razón, sucedió por lo menos hasta que tuve trece. Luego los tiempos fueron cambiando. Los abuelos se fueron yendo despacito y la familia se fue disgregando.
No recuerdo otras navidades como aquellas. No sé si por la ilusión, la inocencia, las ganas de estar en familia o porque no había caso de hacerle calzar al tío un disfraz de Papá Noel que no fuera celeste y blanco...
El mundo está lleno de locos... pero que entretenido lo hacen y que bien además....
muy bueno!!!gracias
ResponderEliminarcuantos recuerdos me genera este cuento