13 de diciembre de 2010

"Mendigando sonrisas" - Rubén Damore

Ese jueves había amanecido lluvioso y fresco. Era un 20 de agosto de 2001 y el invierno ya daba cuenta de su presencia. Juan se duchó como todas las mañanas, apuró el café caliente y se enfundó en las pilchas de siempre. Tomó su maletín y salió a enfrentarse a la dura realidad.
Llegó a la cola del tren entre paraguas y charcos. A medida que se acercaba a la ventanilla para sacar el abono mensual sentía una y otra vez un susurro. Entre la gente pudo descubrir debajo de la ventanilla un pibe, un pibe triste. Cuando faltaban apenas tres para su turno y mientras preparaba la plata ordenadamente, escuchó:
-Lo que te sobre, ¿me lo das? yo solo quiero las monedas... ¿me lo das?
Uno y otro lo fue ignorando. Juan no podía despegar su mirada del pelo enrulado, la pilcha sucia, las manos enchastradas vaya a saber de cuantas cosas y un par de ojos verdes.
Los mocos, como un movimiento involuntario, salían y entraban de la nariz.
Cuando le tocó a Juan, al sacar los cuarenta pesos para el abono de agosto, una cantinela aprendida de memoria llegó a sus oídos. El pibe balbuceó a Juan con pocas esperanzas el tradicional pedido que hacía a todos.
Juan que justamente no era igual a ese todo, sacó un billete de diez pesos y se lo dió. El pibe, sorprendido, le dijo:
-¡¡Gracias don, con esto me alcanza!! Dios lo va a ayudar...
Sus ojos parecieron iluminados. El verde profundo encandiló los castaños de Juan.
-Si me invitás a desayunar con vos, ¡pago yo! desafió Juan.
El pibe lo miró con dos velas descendiendo de la nariz y se rió.
-Bah... después se va a borrar y listo, ¡garpo yo! me lo hicieron un par de veces...
-Dale, probá una vez más, claro... si te atrevés..ehhh... ¿te llamás...?.
-Cristian maestro, Cristian. ¡Déle, vamos!
Y ahí se fueron, directo a una cafetería poco amigable para la gente menuda, sobre la calle París. Juan se avivó que el paraguas lo tenía abierto. Mirándolo al pibe mojarse sin interesarle el agua, lo cerró con un dejo de vergüenza.
Cuando vio la cafetería, Juan le dijo:
-Mirá, hagamos una cosa: como te invito yo, vamos a aquella que es más linda y limpia. Acá se huele a cerveza y vino. No me parece...
-Pero Don, acá me fían y a veces me regalan alguna cosita... ¿le parece?
Sin darle bolilla, Juan se dirigió a la puerta y Cristian lo siguió. Se sentaron en una mesa cerca de la ventana de una confitería de la avenida 25 de Mayo y Pavón. El mozo se acercó y el pibe pidió:
-Diga, me prepara un café con leche y pan con manteca o medialunas, ¿plis? lo que llege a diez mangos...
El mozo lo miró con un dejo de desconfianza. Juan, en cambio, no.
-Traiga dos cafés con leche y muchas medialunas...
Juan se quedó observándolo mientras tamborileaba los dedos sobre la fórmica de la mesa, revoleando los ojos verdes de un costado al otro. Al final se posaron en los de Juan.
-¿Así que usted es de la Academia?
Lo sorprendió con la guardia baja.
-Pero...
-Déle... si lo he visto putear en la tribuna a Mostaza todo el campeonato pasado....
-¿Vos...?
-Si maestro, soy de Racing ¡¡y a mucha honra!! Es la única herencia que me dejó mi viejo... y ahora a los trece cada día lo extraño más.
-¿Tu...?
-Si, la verdad que lo dejé de ver hace un par de años. No apareció más, lo quería mucho...
Juan notó que los ojos verdes se cubrían de una película y cambió el tema.
-¿Te gusta el fútbol?
-Juego como la chanchi Estévez, petiso y caradura, solo me faltan unos kilitos...
-¿Y si te invito a la popu este viernes con Argentinos Juniors? Arranca el torneo y voy con mis hijos, ¿venís?
El pibe, que dejó de ser pibe para ser hombre muy temprano, se volvió a emocionar. Lo miró sin emitir palabras.
-¿Y? Dale, ¿qué opinás? ¡Yo te invito...!
-¡Ah no! Dijo escurriéndose los mocos. –¡Ni loco! Yo me pago mi entradita porque para eso laburo, moneda sobre moneda y...
-Pendejo, dejate de joder, jugamos este viernes a las nueve. ¿Por donde te paso a buscar..?
Esta increíble relación continúa por estos días, nueve años después de aquel encuentro. Cristian trabaja y estudia con uno de los hijos de Juan. A su vez Juan lo invitó a vivir a su casa luego que el 27 de diciembre de aquel año la gloria, la emoción y la pasión se dieran una vueltita por Avellaneda y por sus corazones.
Cuesta creerlo pero Juan aún sigue viajando en el Roca, apretado, refunfuñando y con más años encima. Pero cada vez que saca el abono, descuelga los ojos de sus pensamientos y recuerda aquella mañana en que un par de ojos verdes le hicieron bajar la mirada.

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