3 de marzo de 2010

"Una porción de sol"

“Una porción de sol”




Ese viernes nos levantamos con mucha tormenta y con la triste noticia que la escuela de la ciudad, la que está frente a la plaza, había sido robada, incendiada y casi destruida por vándalos, llamémoslos DELINCUENTES subrayado y en mayúsculas, son aquellos que carecen del elemento vital: educación.

Por la radio y la TV se hablaba solamente de imponer mano dura, de blindar el edificio, de la ineficacia del gobierno de turno ante la delincuencia y no se cuantas cosas más... pero ninguna de las noticias habló de la reconstrucción y de ellos... de los pibes que debían comenzar sí o sí el primer lunes de marzo.

Mi hijo, que iniciaba su primer año en esa escuela, me preguntó:

-¿Y entonces pa? ¿Que va a pasar? ¿No hay más escuela?

-Si, te aseguro que va a haber y más y más escuelas y la tuya va a ser la más bonita, le respondí con voz casi quebrada.

Me quedaba poco tiempo. No podía ponerme del lado de los enviados de la crítica, de los que se envolvían de pesimismo. Arranqué el sábado cuando ya las nubes parecían escaparle a un cielo que comenzaba a asomarse. Desde la ventana entraba el fresco y el olor a tierra húmeda pero nada me distrajo. Imprimí varios carteles, los pegué en los comercios del barrio, algunos mandé por debajo de las puertas de los vecinos y puse otros hasta en los postes de luz.

“Yo me animo a reconstruir la escuela, el lunes a las 19hs te espero allá”.

Ese lunes, ya pasadas las siete y media éramos como veinte. Había algunos padres y vecinos y hasta la directora enterada de la movida, también concurrió y abrió su corazón más grande que las puertas de la escuela. En una fotografía horrible, vimos la destrucción de la educación, la quema de libros intencional y las heridas en las paredes negras que se podían sentir en el cuerpo.

En un par de horas decidimos y organizamos la tarea. Había que comprar ladrillos, pinturas, rearmar pizarrones, pupitres, muebles, la biblioteca!!! Reponer los libros quemados... que tristeza verlos derramados como pan negro en el piso...

Pero aún teníamos diez días.

Al correr la noticia se fueron sumando brazos, ayuda y respaldo. Comenzaron a aplacarse las invectivas. El corralón del barrio donó parte de los materiales de construcción, el carpintero y un par más repararon como pudieron pizarrones, bancos. La albañilería y la pintura quedaron a nuestro cargo con algunas maestras que también se habían sumado y hasta algunos chicos que se encargaron de sacar escombros.

Daba gusto ver como había quedado a casi veinticuatro horas del primer lunes de marzo.

El edificio relucía por fuera y por dentro. La biblioteca fue rearmada con libros nuestros y mangueados por doquier a todo aquel soñador de letras que se cruzara por nuestro camino.

La noche del domingo anterior me rendí al sueño plácido que da el gusto de ver las cosas hechas a pesar de las heridas.

-Ahora debemos actuar nosotros... le dijo un duende al otro.

-Es nuestra hora. Ellos hicieron lo suyo y de nosotros depende el encantamiento y darle a esto el toque final, terminar de una vez con el daño causado por ese dragón devastador. Convocaré a los ángeles, aquellos que nos pueden dar la mano infinita que nos falta.

-Manos a la obra! Gritó otro.

-Los pibes merecen que este lugar los cautive, los encante, los eduque para un país mejor, alegó uno barbudo, de rostro añejo.



Ese lunes bien temprano, con todos los guardapolvos alineados y nosotros detrás, la directora deshizo su discurso de hielo de cada año para enmarañarse en uno bien radical donde sus últimas palabras hablaban sobre la solidaridad como base de la educación y pidió que tanto maestros como padres elevaran las palmas de sus manos al cielo porque ALGUIEN muuuy importante se iba a encargar de curar llagas y callos.

Cuentan quienes casualmente pasaron la madrugada anterior por la esquina de la escuela que por segundos se vieron relámpagos en algunas aulas y algunos arriesgaron hablar hasta de una luz infinita que pareció iluminar el patio central.

Le echaron la culpa a la luna llena... pero eso yo no lo creo...

En una de las paredes del patio que había quedado blanca como el resto, ahora tenía los colores del arco iris y en el medio decía:

“La solidaridad es la ternura de los pueblos”.

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