19 de diciembre de 2009

"El amigo que nunca se olvida" -Rubén Damore


Mi barrio… ahh si yo te contara de mi barrio…
Era uno de esos perdidos en el medio de cualquier ciudad del cordón bonaerense. Puede que haya sido como el tuyo, pero como fue mío porque fue donde nací, lo siento de mi propiedad y es el orgullo que llevo dentro...
En él transcurrió toda mi infancia, en él me hice niño, y cuando mi adolescencia florecía, partí para nunca más volver. Claro, hasta que sucedió lo que sucedió.
Allí quedaron la esquina, las veredas, los timbres altos, las puertas de madera oscura, el asfalto, Doña Catalina, los barriletes y el potrero.
El potrero… allí me calcé por primera vez la camiseta de Boca… y vos la de River… ¿te acordás hermano?
Claro, a esta altura del relato donde te escribí 131 palabras, no te conté aún de Jorge, mi mejor amigo. Fuiste mi rival de fútbol casi siempre. Sí, fuiste mi rival pero nunca mi enemigo; fuiste a quien chicaneé pero nunca subestimé y recíprocamente mantuvimos el respeto.
Y fue con vos con quien más lloré a los doce años la partida de mi padre cuando la vida me puso de golpe en lo más duro que se enfrenta un niño: la pérdida física del ser a quien todo hijo quiere parecerse. Desde ese invierno me angustia el olor marchito de las flores cuando están juntas. Es ese gesto y el dolor compartido que nunca me permitió olvidarte.
Luego de aquel hecho, de aquel mojón, mamá decidió vender la casa y mudarnos a otro barrio. Y como no me era propio, el nuevo no fue mío y nada fue igual.
Te dejé de ver.
No cruzamos nuestras vidas nunca más.
A los trece un tío me llevó a probar a La Candela. Recuerdo que ese sábado éramos unos cuantos y en mi mochila llevaba la camiseta azul y amarilla que el viejo me había comprado a los seis y me esperanzaba que su ángel guiara mis piernas cuando me tocara entrar.
-A ver vos, movete, el flaquito… entrá por el 10… perdón, de que jugás nene, te va ese puesto?
Tímidamente asentí, calenté las piernas flacas y entré. El 10 me miró con cara de asco y antes de salir escupió casi al lado de mi botín raído.
Esa mañana salió todo como el viejo lo hubiera soñado. Metí tres goles, fui elegido y en cinco años ya había trepado a la reserva y de ahí al banco de primera. Debuté un domingo de marzo con dos goles y una actuación que me llevó a la selección juvenil y al poco tiempo me encontraba en la mayor con quienes yo había soñado algún día parecerme.
A mi consagración se sumaron ofertas jugosas de Europa y en poco tiempo me encontré rodeado de fama, dinero y gloria vistiendo la blanca camiseta del Real Madrid.
Recuerdo aquella tarde trágica en el Bernabeu jugando el clásico cuando el cinco arteramente rompió mi rodilla. Salí en camilla por primera vez de un estadio. Pasaban los días y los médicos no encontraban soluciones precisas a mi lesión. Una carta llegó al traumatólogo del club recomendando a una sola persona idónea que pudiera devolverme a las canchas. Ese galeno se encontraba en Buenos Aires.
Viajé de apuro a la Argentina con el médico del club. En Ezeiza y esquivando con las muletas al periodismo fuimos raudos para la clínica donde atendía ese tal López.
En la sala de espera, sentí como la gente no podía dejar de quitarme la mirada de encima, cosa que me ponía incómodo y hasta de mal humor.
Presentí el final de mi carrera que nadie se animaba a decir. No creía demasiado en los milagros.
Cuando la puerta del consultorio del doctor López se abrió y mi nombre sonó grave, entré aterrado.
En su escritorio y haciendo anotaciones, sin levantar la vista me hizo señas que me sentara en la camilla. Hasta ahí no me había percatado de las paredes pues mi mirada se centraba en el piso.

De repente, el horizonte fue cambiando del gris del piso a una gama de colores y con gran sorpresa descubrí entre el entre el diploma de la U.B.A.,certificados de congresos, post grados, seminarios… mis fotos intercaladas y enmarcadas de igual modo que los títulos, las camisetas que vestí.
Entonces se cruzaron nuestras miradas y descubrí tus ojos donde las lágrimas caían pero tu sonrisa no se acababa.
Tu imagen me transportó de golpe a los seis años. Me pareció descubrir la camiseta de River bajo tu delantal. Recordé todos los momentos vividos pero éste era especial.
A pesar del dolor en mi pierna, me paré y no hubo ni camiseta ni guardapolvos que nos separara.
Nos unimos en un abrazo interminable y el paréntesis que creíamos cerrado no lo estaba. La vida tenía preparado aún mucho más para nosotros.

(Dedicado al Dr. Federico Manfrin -Traumatólogo-)
Cuento finalista del concurso "A puro cuento", promovido por SADE (Soc. Argentina de Escritores) y cuento integrante del libro del mismo nombre (18/12/2009). Gracias!









1 comentario:

  1. MI COMENTARIO ES SOBRE EL DR ,FEDERICO MANFRIN ,ME OPERO DE LAS DOS CADERAS , UNA BARBARIDAD....

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Gracias por tu tiempo