Hay un único lugar donde ayer y hoy se encuentran y se reconocen y se abrazan, y ese lugar es mañana.
Suenan muy futuras ciertas voces del pasado americano muy pasado.
Las antiguas voces, pongamos por caso, que todavía nos dicen que somos hijos de la tierra y que la madre no se vende ni se alquila.
Mientras llueven pájaros muertos sobre la ciudad de México y se convierten los ríos en cloacas, los mares en basureros y las selvas en desiertos, esas voces porfiadamente vivas nos anuncian otro mundo que no es este mundo envenenador del agua del suelo, el aire y el alma.
También nos anuncian otro mundo posible las voces antiguas que nos hablan de comunidad.
La comunidad, el modo comunitario de producción y de vida es la más remota tradición de las Américas, la más americana de todas; pertenece a los primeros tiempos y a las primeras gentes, pero también pertenece a los tiempos que vienen y presiente un nuevo Nuevo Mundo.
Porque nada hay menos foráneo que el socialismo en estas tierras nuestras. Foráneo es, en cambio, el capitalismo; como la viruela, como la gripe, vino de afuera.
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