Quiso la vida que naciera sin gas natural, que el agua fuera corriente, salada y no potable, que la luz se cuidara, que no hubiera teléfono. Eso no me frustró ni me condicionó.
Quiso también que creciera entre potreros, clubes, pelotas de goma, figuritas, el Club del Clan, Beatles y rock'n'roll.
Y la mano divina me otorgó algo maravilloso: los amigos del barrio.
Algunos conservo y espero que por mucho tiempo. Otros, sencillamente los perdí, volaron hacia otro barrio y solo me dejaron eso: su vuelo.
Juntos aprendimos que no había mariposa que se resistiera a la rama de paraíso y ésa era la violencia extrema ejercida en equipo; que la compra de una pelota de goma y su uso posterior era la invitación a la cooperación solidaria; que la escondida en los terrenos deshabitados era el inicio de la aventura; que el carnaval representaba una lucha de sexos; que las bicicletadas era la invitación al turismo callejero; que algún vecino malparido nos devolviera la pelota pinchada o cortada a la mitad constituía la masificación del odio y que el barrilete se elevara en un agosto ventoso, simulaba las alas de nuestros sueños.
Las veredas anchas con pasto al final y debajo la zanja oscura y verde, ésa que manchaba la ropa pero que era nuestro arroyo; el tren era esa inmensidad que movía casas y ensordecía al pasar. Por la mañana se oía desde el afilador al diariero. Por la tarde el heladero en días de calor y el pochoclero cuando el frío se notaba en la nariz. De noche los carros arrastraban su miseria arriando algo servible entre lo inservible. Era lindo mi barrio… pucha que era lindo…
El barrio, querido amigo, es ese lugar donde el tiempo se detuvo para vernos pasar, es el único capaz de volvernos niños otra vez. Es quien conserva nuestra historia y nuestros sueños y a veces me pregunta: ¿volverás algún día, es verdad que volverás?
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