La sarta de cunas transparentes con su etiqueta rosada o celeste identificando el sexo, se agrupaban de a cuatro en fila en la sala. Las ubicaciones estaban ocupadas casi en su totalidad.
Marcelo percibía quien era Miguelito, más por corazonada que por conocimiento.
No pudo llegar a tiempo al nacimiento de su primer hijo. Uno de los tantos cortes piqueteros se lo impidió y, por más que puteó a un par de ogros escondidos tras un pañuelo en el rostro, no lo dejaron pasar. Se había desencadenado rápido el trabajo de parto y, a pesar que llegó transpirando al hospital, no pudo presenciar el milagro del amor.
Averiguó por Laura y supo que estaba bien. Lo dejó tranquilo eso y entonces se acomodó delante de la ventana y esperó impaciente que corrieran la cortina.
Cuando la corrieron, él intuyó que la tercer cuna de la derecha en la primer fila hacia el vidrio, ése era Miguelito.
La enfermera se asomó por la sala y lo vio a Marcelo con la ñata apretada contra el cristal. Le hizo un gesto que aguardara.
Marcelo no le prestó atención. No podía distraer la mirada de ese bebé inquieto.
-¿Cómo explicarte? ¿Cómo encontrar las palabras adecuadas? ¿Cómo evitar no caer en el facilismo? ¿Cómo explicarte un sentimiento? ¿Cómo hacértelo carne? ¿Cómo evitar que no me roben tu corazón? ¿Cómo saber si me estás escuchando…?
Marcelo se hacía todas estas preguntas detrás del vidrio tibio, tan cerca que su nariz provocaba nubes con la respiración.
-Ya sé. Voy a decírtelo de a poco para que lo digieras. No apuraré el expediente y dejaré que mansamente me puedas entender.
Miguelito dormía con sus brazos hacia arriba. Cada tanto meneaba su cabeza y pateaba levemente hacia los costados.
-Pero la pucha... ¡como se mueve este pibe…! Si sale derecho el segundo nombre va a ser Lisandro y si sale zurdo Rubén, aunque con las manos así…hummm... Ubaldo Matildo no me gusta y Pato no me lo permiten los ogros del registro civil... Má si… sino te pongo Agustín y listo.
Conjeturaba e imaginaba situaciones cuando vio que dos brazos se apoderaban de Miguelito. De una manera magistral, la enfermera lo trajo hacia él y ya no quedaron dudas.
Al acercarse al vidrio y colocarlo casi en forma vertical frente a su padre, los ojos de Miguelito se abrieron.
El corazón de Marcelo se paró cuando esos ojazos azules lo miraron. Maldijo no poder detener la humedad de sus ojos. Se los refregó una y otra vez para ver mejor.
No pudo emitir palabra alguna. Se lo escuchó apenas decir "te quiero"…
Un brazo le rodeó la espalda. Era su madre quien le apoyó la cabeza en su hombro.
-¿Viste vieja? ¡¡Parece que heredó los ojos azules del viejo!! Dijo Marcelo apretando una pequeña camiseta de Racing en su mano derecha y un ramo de rosas blancas en la izquierda.
Ella solo atinó a decir:
-¿Sabés? Vos eras igualito… Se le acercó al oído y le canturreó una estrofa del Nano: “…a menudo los hijos se nos parecen, así nos dan la primera satisfacción…”
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