3 de junio de 2010

"Bicentenario" - Gerardo Moszkowicz

Los argentinos vivimos una semana completa de actos en recordación a 200 años de vida como Nación.

La historia reciente y lejana nos presenta una pavimentación plagada de divergencias internas, políticas, sociales, económicas y culturales.
Tomando partido alternativamente como porteños o provincianos, unitarios o federales, librecambistas o proteccionistas, nacionalistas o extranjerizantes, siempre se han tomando posiciones tajantes, donde no existan resquicios para la ecuanimidad en el balance de opiniones.
La pasión es llevada hasta los últimos extremos y la ceguera es total.
Luego de la declaración de la independencia, se puede sostener haber librado escasas guerras con países limítrofes, dejando esta circunstancia la imagen de un pacifismo no del todo real.
Podemos decir que nuestras diferencias con los vecinos las hemos resuelto via conciliación y arbitraje, pero paradójicamente, se da el desmembramiento del territorio colonizado por los españoles en función directa a nuestra incapacidad diplomática para evitarlo. Así de sencillo y de negativo.
Ese mismo pacifismo, uno de los tantos mitos argentinos, desaparece cuando se observe lo ocurrido con el desenvolvimiento de las instituciones civiles.
Para el vencido, nunca hubo misericordia.
El exilio sin posibilidades de retorno, o muerte. Sin eufemismos, los argentinos creemos en la violencia como arma y así lo manifestamos.
Carecemos de virtudes para resolver los problemas sociales con civilidad, con mesura.
Algunos hechos históricos lo demuestran, lamentablemente.
Este es un buen momento para repensar la historia. Abordarla desde otras visiones.
Si creemos en un destino de integración sudamericana, la escuela debe asumir el rol de constructor de conciencias para ese futuro.
El bicentenario es una oportunidad.
Oportunidad para abrir nuevos debates más que cerrarnos en antiguas certezas.
Sería negativo un bicentenario restaurador, que solo mire el pasado con unívoca nostalgia nacionalista.
También sería negativa una invocación al futuro que reniegue de la historia, y que no sea capaz de asumirnos como continuidad de Nación.
Existe un ser argentino que debe ser apuntalado. En él, debemos cultivar lo mejor de cada uno, del respeto al otro, al derecho del otro, teniendo en cuenta las obligaciones a cumplir individual y colectivamente.
No hay identidad nacional. Es muy ambicioso ese afán de unificar. Somos como somos.
Quiera dios que en vez de escarbar ese ser Nacional, busquemos como prioridad una mayor equidad para los seres que lo integramos.
En definitiva, aguardamos la luz que nos haga sentir nuevamente habitantes de una Nación que promueva la unión nacional, que busque afianzar la justicia, consolidar la interior, proveer la defensa común, promover el bienestar general, y asegurar los beneficios de la libertad para nosotros, para nuestra posteridad y para todos los hombres del mundo que quieran habitar el suelo argentino.
Que así sea.

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