23 de marzo de 2010

"La ronda" - Rubén Damore


La bruma se coló por la ventana diminuta.

Le parecieron fantasmas formados caprichosamente
con la luz mortecina, amarillenta del farol de la calle.
Trató de dormir.
Llevaba más de dos noches que el sueño no lo vencía.
El solo acto de cerrar los ojos y no saber si los volvería a abrir,
el pensar en los viejos, en ella, en su hijo, en esos malditos sanguinarios...
No podía dormir, no debía rendirse.
La mañana igual lo sorprendió.
La sinfonía de asesinos también.
Se lo llevaron a otro lugar, no lo sé.
Se fue y hasta, pareció, con rostro feliz.
Tal vez pensó que lo liberarían, que se acababa,
que la hora habría llegado. Y la hora había llegado.
No sé que pasó con él, con su esposa ni con su hijo
No sé que habrá sido de sus viejos...
Cuando recuperé mi libertad
Y desde una tierra que no me pertenecía,
pude descubrir a una viejecita de ojos tristes
dar vueltas y vueltas a una plaza.
Portaba una fotos con tres rostros
y un cartel con letras negras y fondo blanco
“¿Dónde están mis hijos., dónde están...?”

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