1 de diciembre de 2010

El instante sublime - Rubén Damore

Había nacido hacía ya unos minutos. Claudio se encontraba aún ataviado en un uniforme celeste, con una cofia en la cabeza y un cobertor especial en cada pie.

Mientras se quitaba todo, repasó cada instante de lo que acababa de suceder y un par de lágrimas derraparon por sus mejillas.

Claudio sabía que hasta el fin de sus días recordaría todo y por eso no quería perderse un detalle. No quiso saber su sexo. Era un detalle que no le interesaba.
Estaba por vivir el instante sublime que le permite al hombre alcanzar la cumbre de la felicidad. Luego vendrían, seguramente, bellos momentos pero como éste, ninguno.
Dorita, La partera, le había advertido: -Entrá a presenciar pero si te descomponés, te usamos de alfombra! acá lo primero es la mamá y el bebé.
Claudio se sentía entero. Era de esos tipos que la sangre lo ponía mal, que las heridas lo espantaban. Pero aguantó, estoico, sereno que sucediera lo que debiera suceder.
Se ubicó a la cabeza de su señora. La ayudó en lo poco que podía, a pujar, a recordarle los ejercicios respiratorios tal como lo habían practicado en el curso pre-parto.
En el último pujo, el médico quitó cuidadosamente a la criatura de cuerpo de su María. Esperó el llanto. Tanto esperó que cuando la beba lo esputó, no lo sintió. La emoción hasta lo había dejado sordo. Cuidadosamente colocaron el nuevo ser sobre el pecho de su madre. Ella agotada, dejó escapar un sollozo que se mezclaba con la transpiración de su cuerpo.
La llevaron, la pesaron y la higienizaron mientras el obstetra finalizaba su labor con María. Claudio entonces le pidió a la enfermera su hija. La llevó a otra sala donde pudo, detrás de un vidrio, mostrarla al resto de la familia que ansiosos esperaban afuera.
Cuando ya estaban en la habitación, su señora cómodamente recostada y la beba ingiriendo el néctar materno, tomó su mochila y extrajo su regalo.
La señora lo miró extrañada sin saber que sería ese paquete. Claudio lo abrió y desplegó una camiseta celeste y blanca, una pelota y un gorro de lana tejido con los colores y el escudo de Racing, todo en miniatura.
-Me parece que esperabas un varón, ¿no? Entre risas le comentó María.
-Seee... pero que me importa!!! Igual vine preparado...
Y sacó del fondo del paquete una muñeca inmensa cuya única vestidura era la 10 del primer equipo.
Colgó la camiseta y la pelota en el clavito de la puerta de la habitación y sentó, como pudo y a lo hombre, a la muñeca en una silla cercana.. La gorra la puso en la cabecera de la cuna.
Se acercó a Daniela para preguntarle si le gustaría ser de Racing como él. Ella, sin largar la teta, pareció mirarlo. Claudio asegura que Daniela le guiñó un ojo...
Pero los padres somos así. En nuestros hijos vemos más allá de lo que los ojos nos permiten...

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