
El transbordador, que sería luego inmortalizado por las pinturas de Quinquela Martín, fue inaugurado en 1914 para algarabía de los vecinos, trabajadores manuales y pescadores, que debían pasar de una a otra orilla del Riachuelo. El diseño de su estructura y su dimensión, quedarían para siempre asociados a la imagen de la Boca.
Muchas veces los argentinos, apurados por una idea equivocada del progreso, fagocitamos los mejores proyectos, los arrumbamos en el galpón de las cosas inservibles. Como pasó con los tranvías, aquí desguazados pero que siguen gozando de salud en algunas bellas capitales europeas. El viejo transbordador, que competía desde 1940 con su hermano, el puente homónimo, fue decretado inviable y dejó de funcionar en 1960. Su otrora orgullosa prestancia, su movimiento rítmico y estentóreo, dejó de ser parte del paisaje sonoro y pasó a ser una estructura enmarañada e inservible. Cuando en los 90 se lo intentó desarmar, un grupo de vecinos impidió el atropello. El transbordador, aun dormido, no se toca, dijeron.
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